La noticia me devastó. Recordé aquella tarde fría en Palermo, entrando a una de las tantas librerías de ese barrio bohemio de Bueno Aires, donde había un Booguie dibujado a plumón en la pared. El negro Roberto Fontanarrosa había dejado su huella por allí y los dueños de la librería lucían orgullosos. Yo tímido dejé la mía también, junto a ese grande del humor argentino.
Atravesado por el dolor de su ausencia y con un nudo en la garganta, garabatié esta caricatura, viéndolo con su mirada de gato, diciendo adiós con su mano temblorosa. ¡Hasta siempre maestro Fontanarrosa!